Suelen decir que todas las historias están entrelazadas, las individuales y las colectivas, las buenas y las malas, las que traen esperanza y las que siembran dolor; como un espiral o laberinto borgiano, así suelen conectarse los acontecimientos de la vida y las propias vidas. Hoy me convoca la historia de una de las tragedias más dolorosas del Siglo XX, una historia colectiva de genocidio compuesta de pequeñas grandes historias individuales de sufrimiento, de sangre, de olvido, de horror, pero también de lucha y memoria, entrelazada y entrelazadas al pasado de otras tragedias, al presente de otras vidas y, seguramente, al futuro de más luchas. Hablo del Genocidio Armenio.
María Jacobsen y Karen Jeppe: las madres danesas de los huérfanos armenios
Todo esto me recuerda que, en el año 2015, el Gobierno de Armenia plasmó unos rostros bellos y cálidos sobre dos estampillas, para conmemorar el 100 aniversario de aquella lejana pero latente tragedia. Esos rostros fueron y continúan siendo mucho más que eso. Son la viva imagen de María Jacobsen y Karen Jeppe, las madres danesas de los huérfanos armenios. Si es posible afirmar que del horror surjan historias bellas, esta que referenciaré es una de ellas, es el epítome de la solidaridad, la renuncia y el amor.
También te puede interesarDiscurso motivador de Aram Manukian antes de la batalla de SardarabadEn los albores de sus juventudes, María Jacobsen y Karen Jeppe se dirigieron desde la fría y lejana Dinamarca al territorio del entonces llamado Imperio Otomano. Eran los inicios del tumultuoso Siglo XX y la causa de sus viajes se debía a la violencia que hace tiempo se ejercía contra los cristianos de la región.
María Jacobsen, quien fuera conocida por miles de niños como “Mamá”, era enfermera de profesión y pertenecía a la Iglesia Protestante como una devota cristiana, tal como lo reflejan sus memorias misioneras. Con unos 25 años de edad, renunció a su madre patria y partió hacia el Oriente para ayudar, junto a las Mujeres Misioneras (Kvindelige Missions Arbejdere, KMA), en una tarea que sería la causa de su vida: la protección del pueblo armenio. Primero en la Turquía Otomana y luego en las comunidades de refugiados armenios en el Líbano, María se dedicó a proteger la vida cuando otros solo buscaban la muerte.
También te puede interesarExplorando Syunik: el destino favorito de AzerbaiyánPero su obra no termina allí. Su diario personal, publicado como “Diarios de una Misionera Danesa”, no solo es un testimonio vivo de su trabajo, de su legado y del sufrimiento del pueblo armenio, sino que es prueba testimonial fehaciente de que lo ocurrido fue justamente un genocidio.
Por su parte, Karen Jeppe tenía un origen un poco distinto, pues era maestra y en ese contexto conoció sobre la persecución a este pueblo, pero tenía el mismo objetivo que su connacional: ayudar como fuera posible a este pueblo abandonado y perseguido. Así es como se embarcó hacia la ciudad de Urfa -actualmente al Sureste de Turquía- para dar clases en el orfanato de la Misión Alemana Oriental en dicha ciudad. Ese fue solo el inicio de un vínculo tan profundo que la acompañó hasta el día de su muerte en 1935, en Alepo, Siria, donde yacen sus restos en el Cementerio Armenio.
Ese lazo invisible pero materializado de amor con el pueblo armenio, la llevó durante casi treinta años a proteger, cuidar, proveer de agua y alimento, adoptar a niños y niñas armenias -Missak y Lucía-, a darles trabajo y refugio y a salvar, con su labor, a aproximadamente dos mil mujeres y niños.
Sus legados viven hoy en los corazones de todos los armenios del mundo. Con los años se erigieron monumentos en sus nombres para honrar la memoria de quienes simbólicamente se convirtieron en “las madres de todos los armenios”.
La esperanza en medio del horror
Afortunadamente, en medio del horror, también encontramos historias que nos conmueven por solidaridad y no por humillación, por la valentía de dar vida y no la cobardía de dar muerte, por la construcción de amor y no por la destrucción de lazos. Estas historias, que reflejan lo bello de la humanidad y la esperanza en ella, se reproducen, reinventan y manifiestan en otras vidas, en otras tragedias, en otros tiempos. Por ello, deben permanecer vivas en nuestra memoria. El recuerdo debe vencer al olvido.
Nuestra historia personal y las de quienes nos rodean, nos interpelan, nos atraviesan y, en definitiva, nos condicionan consciente o inconscientemente en nuestras elecciones de vida. Es mi deseo que las historias de María Jacobsen y Karen Jeppe hagan eso, nos inspiren en la búsqueda de paz y justicia.
Irene Victoria Massimino Kjarsgaard