Las huellas de un pasado cultural que perdura

Destrucción y apropiación son las dos palabras que mejor definen la estrategia de Turquía al intentar ocultar, a cualquier costo, el patrimonio histórico y cultural de las naciones perseguidas por los sucesivos gobiernos turcos desde hace más de un siglo.
Por más que insista, Turquía no puede esconder las profundas huellas que dejaron los pueblos que habitaron ese territorio antes de la llegada de las hordas turcomanas desde el Asia Central a partir del siglo XI. Ni siquiera puede ocultar los trazos legados por griegos, armenios y otros pueblos que vivieron bajo el dominio otomano a lo largo de centurias.
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El debate nacional que se ha instalado en las últimas semanas sobre el futuro de Hagia Sophia o Catedral de Santa Sofía, como se prefiera, es un fiel reflejo de que aún hay muchas cuestiones no saldadas en esta materia en la Turquía actual, heredera política, económica y cultual del Imperio Otomano.
El dilema de hierro en Turquía
El objetivo final del gobierno y en especial del presidente Recep Tayyip Erdogan, es transformar la antigua catedral de rito ortodoxo griego nuevamente en mezquita -ya lo fue por casi cinco siglos entre 1453 y 1931- tras ocho décadas de permanecer abierta a los turistas del mundo entero como museo.
Esta jugada no hace más que reavivar el dilema de hierro que persiguió a todos los gobiernos de Turquía desde hace más de un siglo: qué hacer para “turquificar” aquello que no nació bajo el signo de la medialuna y la estrella bañadas en rojo sangre.
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Herencia arquitectónica y cultural armenia
En el caso de la herencia arquitectónica y cultural armenia, hasta 1915 la mayor parte de la infraestructura edilicia estaba intacta y en funcionamiento, pero la política genocida arrasó poblaciones enteras, dejando los edificios vacíos a merced de saqueadores, delincuentes y funcionarios inescrupulosos.
Pero ésta es una cara de la moneda. La otra busca presentar a la República de Turquía como un país moderno y democrático, con un pasado de esplendor. Desde la Catedral de Santa Sofía, construida por el emperador bizantino Justiniano I en el siglo VI, hasta los fastuosos palacios diseñados por los arquitectos de la familia Balyan a lo largo de dos siglos, todo, absolutamente todo, “es de origen turco”. O así se lo pretende mostrar al mundo.
Punto de inflexión
La población armenia a lo largo de todo el imperio llegaba en 1914 a 1.914.620 personas. Ese número había caído a cerca de 60.000 al momento del relevamiento y se supone que hoy se mantiene en niveles semejantes.
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Como es lógico, esa gran masa poblacional contaba a principios del siglo XX con numerosas instituciones comunitarias, que fueron reducidas a una mínima expresión tras el genocidio de 1915-1923.
Tras el genocidio, el gobierno turco constituyó una comisión para enajenar “las propiedades abandonadas por los armenios” (sic), vendiendo en subastas a precio vil edificios, puertas, ventanas, mobiliario y todo cuanto pudiera tener un cierto valor en un mercado de ofertas irrisorias, sustentadas en el robo y el pillaje.
Destrucción de iglesias emblemáticas
Algunos ejemplos son ilustrativos del cambio radical que se produjo en la infraestructura edilicia a partir de 1915.
El Monasterio de Surp Garabed, ubicado al nordeste de Mush, en la región de Darón, fue un complejo monástico fundado en el siglo IV por San Gregorio El Iluminador. Tras el genocidio fue destruido casi desde sus cimientos, quedando solo ruinas que son utilizadas como cantera para la construcción.
En la misma zona está el Monasterio Surp Arakelóts (Santos Apóstoles), que también data del siglo IV y fue saqueado y destruido durante el genocidio.
Otro caso digno de mención es el Monasterio de Surp Nshán en Sepastiá, que fue detonado en 1978 y en su predio se levanta ahora una base militar turca.
Esplendor palaciego
Cualquier recorrido turístico por Estambul y otras ciudades de Turquía incluye la visita a fastuosas mezquitas y palacios construidos por afamados arquitectos de origen armenio.
Donde no hay dudas del origen es en la familia Balyan, que a lo largo de generaciones sirvió a la corte otomana construyendo palacios, edificios gubernamentales, mezquitas e iglesias.
Además de las construcciones mencionadas, los Balyan también participaron en la construcción de represas, mausoleos y la Academia de Bellas Artes, además de numerosas iglesias para la comunidad armenia de Constantinopla.
Carlos Boyadjian
Periodista
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